El Mensaje de Mons. Rómulo Emiliani cmf, responsable de la Pastoral Penitenciaria Nacional, como conclusión de la sesión plenaria de dicha comisión celebrada en Yoro el 27 y 28 de febrero del 2012
Estimados hermanos y hermanas, intento reflejar en este mensaje lo que sentimos y meditamos ante la tragedia que nos embarga a todos en estos días en Honduras.
Incendios en cadena.
El fuego se extendió como dragón voraz y despiadado y fue consumiendo vidas, engullendo en sus fauces tenebrosas y de manera insaciable a 361 personas del presidio de Comayagua. No satisfecho, luego da un salto cual fiera endiablada y acaba con la fuente de sustento de cinco mil personas que laboraban en los mercados de Comayagüela.
No contento con lo realizado retrocede y va a la ciudad de San Pedro e intenta aniquilar a los enfermos que están en el hospital del Seguro Social.
Causa de los incendios.
Estos incendios provocados por accidentes lamentables, esconden otro incendio mucho más destructivo en nuestra Patria que es permanente y alimenta los anteriores: el de la corrupción más espantosa por lo que se desvían fondos destinados a invertir en infraestructuras sólidas y capaces de resistir eventualidades como incendios y terremotos y que quedan en los bolsillos de unos pocos; el de la cultura de la improvisación y de la mediocridad que hace todo a medias y sin controles de calidad; el de no tener una planificación seria de todo un desarrollo integral para un país entero y el del egoísmo que nos hace solamente trabajar en los que son como uno, pensando muy poco en los pobres que son los que más habitan en nuestros presidios, trabajan en los mercados públicos y reciben atención en los
hospitales del Seguro Social.
¿Qué pasó en la Granja Penal?
No nos podemos imaginar cómo puede ser una muerte relativamente lenta donde los pulmones se llenan de humo que a su vez van cerrando la tráquea provocando asfixia e intoxicando el cuerpo, junto con las llamas que van quemando los pies, las piernas, las manos, el vientre, el pecho y la cara y sentir los cuerpos de los compañeros que en la desesperación van cayendo unos encima de otros y amontonándose, formando una pira ardiendo elevando sus llamas al techo de la celda. Y eso en una oscura noche, porque además se fue la luz del presidio, oyendo toda clase de gritos mezclados con oraciones y súplicas llamando a la mamá o a los hijos, oliendo cuerpos quemados, viéndose la piel abierta en grietas sangrientas, para después de tanto sonido desgarrador, se escuchen solo tenues lamentos, susurros que se van apagando y un silencio sepulcral; es que todos se están muriendo, están muy quemados, no pueden respirar…. es que ya están muertos.
Y se corre la voz, vienen con la cara destemplada y el corazón agitado, esperando lo peor, los familiares de los internos y se aglomeran en la entrada del presidio y gritan, suplican, lloran, quieren ver a sus hijos y esposos.
Confusión y llanto, preguntas sin respuestas y mucha tensión, quieren entrar; encontronazo con la policía que intenta imponer orden fuera del presidio, en fin un caos reina en el presidio de Comayagua que ya se está convirtiendo de cárcel que era hace una hora, en un cementerio en medio de barrotes. Están muertos, son ya 361 los muertos, sin cruces, sin tumbas, sin pena ni gloria. Y las madres lloran y los hijos se quedan huérfanos. La Granja Penal se convirtió en un triste y desolador camposanto.
¿Dónde estaba Dios?
Desde nuestra visión cristiana de la vida al quemarse ellos, también místicamente “Dios se quemó” con ellos y una parte de nosotros se murió con ellos. ¿Por qué? Porque una hermosa novedad del evangelio consiste en saber que Dios está con nosotros, en medio nuestro y en nosotros. Por lo que está en todos, pero en especial su presencia amorosa y misericordiosa está con los que sufren y en ellos padece lo que viven ellos. Y además, como somos miembros del cuerpo de Cristo en la historia, lo que le pasa a uno le sucede al otro. Cuando realmente amamos, nos alegramos con los que son objeto de nuestro amor si están contentos, y con ellos nos entristecemos si están padeciendo algún infortunio. Por eso en Comayagua, en su granja penal, se murió una parte de nosotros. Estamos de luto.
Demos una respuesta.
¿Y qué hacer? Asegurarnos que no se repita esto nunca más. Construir por lo menos cuatro presidios y renovar los otros, clausurando los que no reúnan las mínimas condiciones de seguridad y rehabilitación. Aprobar la Ley Penitenciaria. Revisar cada presidio y dotarlos de extintores, hidrantes, mangueras de agua, sistema eléctrico adecuado e implementar un sistema de evacuación seguro y practicarlo en diversas ocasiones del año. Eliminar la mora judicial acelerando los juicios de los internos, sabiendo que más de la mitad de los que están en los presidios no han sido procesados. Buscar mecanismos alternos para evitar detener y meter preso por cualquier circunstancia a las personas, cuando los casos sean de faltas leves que podrían saldarse fuera de los presidios en trabajos comunitarios y en casos que lo ameriten, esperar el juicio fuera del presidio. Compensar de alguna manera a los deudos de los fallecidos de parte del Estado y ayudar a que se recuperen totalmente los heridos.
Y en general, recordando el triste incendio de los mercados de Comayagüela y el del Seguro Social de San Pedro, ser lo más exigentes posibles, para que toda construcción cumpla con las normas emanadas por los Cuerpos de Bomberos del lugar y aplicar la ley tajantemente para los establecimientos que no cumplan las exigencias mínimas de seguridad. Y que cuanto antes construyan un nuevo mercado en Comayagüela, indemnizando a todos los que allí laboraban al igual que se levante ya el nuevo presidio de San Pedro. Dios los bendiga.
Mons. Rómulo Emiliani cmf.
* Copiado del Seminario Fides
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