Mensaje de la Conferencia Episcopal de Honduras al
pueblo de Dios
A los responsables políticos, a los partidos, a cada uno de los elegidos para
representar la soberanía del pueblo les pedimos que se dediquen con más fuerza
a conocer mejor la realidad de nuestra Honduras.
Superar tensiones y enfrentamientos piden obispos
CLAUSURA DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA
(Mensaje de la Conferencia Episcopal de Honduras
al pueblo de Dios)
Nosotros, Obispos de la Iglesia Católica de
Honduras, reunidos en la última Asamblea Ordinaria del año, hemos revisado lo
vivido en cada Diócesis durante los últimos meses y hemos decidido compartir
con todo el pueblo santo de Dios que camina en Honduras algunas de nuestras
reflexiones.
Cuando estamos ya cerca de la Fiesta de Cristo Rey
y, por tanto, de la conclusión del Jubileo de la Misericordia, hacemos nuestras
las indicaciones expresadas por el Papa Francisco en la Bula de convocatoria de
este año de gracia.
“El Año jubilar se concluirá en la
solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de
2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo:
1.- Sentimientos de gratitud y de
reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo
extraordinario de gracia.
2.- Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos al Señorío de Cristo, esperando que derrame su misericordia como el rocío de la mañana para
3.- una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro...
4.- para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros”, (MV 5).
2.- Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos al Señorío de Cristo, esperando que derrame su misericordia como el rocío de la mañana para
3.- una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro...
4.- para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros”, (MV 5).
En cada una de nuestras Diócesis, parroquias, comunidades tendremos celebraciones especiales para hacer memoria de lo vivido y expresar nuestra acción de gracias. Cada una de las comisiones pastorales nacionales, diocesanas y parroquiales continuará y completará la revisión iniciada en la Asamblea Nacional de Pastoral en torno a esta especial contemplación de la misericordia y asumirá las indicaciones que se derivan para su tarea. Igualmente los diversos consejos y estructuras de comunión y participación de las Diócesis y parroquias deberán realizar esa memoria agradecida que oriente el compromiso para el futuro.
Damos gracias a Dios porque nos ha dado la ocasión
de recordar que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la
Iglesia” y que “la primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo”, (Cfr. MV
10.12). Damos gracias a Dios porque misericordiosamente acompaña nuestro camino
y perdona nuestras infidelidades y nuestros miedos a salir y a comprometernos
en un testimonio más coherente del cariño de Dios que a todos llama, perdona y
pone en pie.
Reconocemos que la bondad y la ternura de Dios
abren caminos para una fecunda historia y, por ello, consideramos que hemos de
cuidar más nuestras actitudes y destrezas de acogida, de escucha, de perdón. Al
decir nuestras, nos referimos a las de cada uno de nosotros Obispos en nuestra
tarea episcopal y, también, a las de los presbíteros y las de toda la comunidad
cristiana bajo nuestra guía.
Queremos revisar los tiempos, los lugares, las
modalidades de acogida y acompañamiento personal que dedicamos en nuestra
acción pastoral y nos comprometemos a dedicar más tiempo a escuchar,
especialmente a los que viven en las más contradictorias periferias
existenciales. Para hacernos cercanos a nuestros hermanos necesitaremos vencer
tentaciones burocratizadoras y salir a la calle.
Gracias a las peregrinaciones que nos han llevado
hacia las puertas de la misericordia en cada una de nuestra Diócesis, hemos
salido más a la calle. Lo hemos hecho en este año, décimo aniversario de
nuestra Carta Pastoral“Por
los caminos de la Esperanza”. Releemos lo que escribimos y constatamos, en la
calle, con dolor que los retos y tareas señaladas siguen ahí y que sigue,
también, el sufrimiento de la mayoría del pueblo. Pero el haber ahondado en la
experiencia de la misericordia entrañable de Dios, de su amor incondicional por
cada uno, nos compromete a seguir abriendo caminos para el Reino de Dios y para
que la tierra goce porque Dios reina (Sal 97/96).
La Carta Pastoral“Por los caminos de la Esperanza” la dirigimos hace 10 años
especialmente “a los gobernantes, a los partidos, a todos los miembros de la
sociedad civil”. Han pasado diez años difíciles, en los que hemos vivido
tensiones y enfrentamientos que más que ayudado nos han alejado de afrontar las
tareas que nos lleven a una sociedad más justa. En estos años, como Iglesia nos
hemos visto desconcertados y reconocemos no haber sabido ser en medio de
gobernantes, partidos y miembros de la sociedad civil un instrumento de paz, de
concordia y un estímulo para la renovación de una convivencia justa, sin
excluidos ni marginados. Pedimos perdón. Perdón especialmente a los que sufren
las consecuencias de nuestros miedos, de nuestra impotencia o de nuestra
indiferencia y posible egoísmo.
Nos animan mucho las palabras del Papa Francisco: “el
perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para
mirar el futuro con esperanza”, (MV 10). Nos sabemos perdonados por el Señor y,
por eso, renovamos nuestra esperanza y nuestro compromiso. Por eso, de nuevo,
nos dirigimos a los gobernantes, a los partidos, a los miembros de la sociedad
civil. Vuelvan a leer lo que escribimos hace diez años y, sobre todo, sigan
leyendo, recogiendo datos, analizando nuestra realidad. Eviten eslóganes y
concreten propuestas. Uno de los males de estos años ha sido el poner una confianza
casi mágica en algunas palabras: constituyente, reelección, misión de apoyo,
artículos pétreos… A
los responsables políticos, a los partidos, a cada uno de los elegidos para
representar la soberanía del pueblo les pedimos que se dediquen con más fuerza
a conocer mejor la realidad de nuestra Honduras; a estudiar la diversidad de
propuestas de las ciencias sociales, jurídicas, económicas y éticas y que
ejerzan su responsabilidades en conciencia y con transparencia. Dirigimos esa
petición a todos pero especialmente a los que se reconocen como católicos y
que, como tales, actúan en la vida pública.
Hemos meditado el mensaje que el Papa Francisco
nos ha dirigido especialmente a los Obispos de América Latina, a través de la
Carta enviada al final de los trabajos de la Pontifica Comisión para América
Latina, sobre la participación pública del laicado en la vida de nuestros
pueblos. Por eso, el llamado anterior va especialmente dirigido a los católicos
con tareas en las estructuras políticas que rigen nuestra convivencia. A ellos
y a cada uno de los bautizados les recordamos que. “Hoy en día –señala
el Papa en su Carta– muchas de nuestras ciudades se han
convertidos en verdaderos lugares de supervivencia. Lugares donde la cultura
del descarte parece haberse instalado y deja poco espacio para una aparente
esperanza”. Por esta razón, constatamos con el Santo Padre
que “ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas
luchas, con sus familias, intentando no sólo sobrevivir, sino que en medio de
las contradicciones e injusticias, buscan al Señor y quieren testimoniarlo”.
Y también con el Papa nos preguntamos, junto a
nuestros presbíteros: ¿Qué
significa para nosotros, pastores, que los laicos estén trabajando en la vida
pública? Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular
todo los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza
y la fe en un mundo lleno de contradicciones, especialmente para los más
pobres.
Al terminar este Jubileo de la Misericordia
queremos dar gracias por los esfuerzos que el santo pueblo de Dios ya hace para
poner en práctica entre nosotros las obras de misericordia. Queremos alentar y
estimular esos esfuerzos. Queremos acompañar el permanente discernimiento que
nos lleve a un amor eficaz y transformador de las injusticias. Queremos, ahora,
insistir en la llamada a seguir profundizando en la exigencias de una caridad
política que nos convoca a todos a la reflexión y a la acción para no dejarnos
llevar por fáciles eslóganes de la publicidad sino a discernir y a optar
conscientemente.
Sólo podremos hacer un discernimiento político
válido y eficaz manteniéndonos cerca de los más pobres y con los más pobres.
Desde ellos valoraremos las propuestas de los responsables políticos; junto a
ellos exigiremos información veraz y cumplimiento de programas y proyectos; con
ellos soñaremos y abriremos puertas a la esperanza.
A veces esta llamada a la caridad política se
interpreta como exclusión o desprecio de unas “obras de misericordia” que hemos
recordado constantemente en este jubileo y que seguirán urgiéndonos. La tensión
entre misericordia y justicia se manifiesta cuando parecemos obligados a optar
por una u otra. Sin embargo, como recuerda la Bula Misericordiae Vultus“no son dos momentos contrastados
entre sí sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar
su culmen en la plenitud del amor”, (MV 20). Por eso, junto al llamado a abrir
caminos de justicia invitamos a todas las comunidades cristianas a seguir
escuchando y atendiendo el dolor, el hambre y la sed, la enfermedad
inadecuadamente atendida, el sufrimiento por tener que ser extranjero en medio
de riesgos y rechazos, el deseo y necesidad de rehabilitación cuando se cometen
errores y se genera dolor, el clamor por un respeto a la dignidad en el
trabajo, en la vida y en la muerte. Necesitamos continuamente comprometernos a
entrar en las llagas de Jesús para tocar al Dios vivo. Unas llagas que se hacen
más profundas en el espíritu, por la ignorancia, por el miedo, por la tristeza,
por la impotencia ante abusos y rechazos, por la incapacidad para dar y recibir
perdón, por el sentimiento de estar abandonados por Dios.
Jesucristo es el rostro de la misericordia del
Padre. Guiados por su Espíritu clamamos: ¡Padre, venga tu reino! Llevados por ese mismo Espíritu nos
comprometemos a salir cada día de nosotros mismos e “ir al
encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos,
creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del
Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros”, (MV 5).
Que María, Madre de la Misericordia, nos acompañe
en nuestro caminar.
CONFERENCIA EPISCOPAL DE HONDURAS
Tegucigalpa, M.D.C.,
12 de octubre de 2016.
12 de octubre de 2016.