Thursday, September 29, 2016

El camino hacia el diaconado permanente

El camino del servicio hacia el diaconado permanente
Ponencia a los seminaristas del Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa,
Tegucigalpa, Honduras
20 de septiembre de 2016
John Donaghy


Hace dos meses, el 15 de julio, la fiesta de San Buenaventura, Monseñor Darwin Andino me ordenó de diácono de la diócesis de Santa Rosa de Copán. Soy el tercer diácono permanente en Honduras, el primero en nuestra diócesis y el primer diácono permanente célibe en Honduras.

Si me hubiera dicho hace tres años que sería un diácono ordenado, le habría dado todos los motivos por que no. Ahora puedo darle algunas razones por que sí.

Creo que soy un diácono porque es el camino que Dios me quiere, en esta etapa de mi vida – para vivir en concreto mi compromiso bautismal – amar a Dios, amar a mi prójimo, creer en Dios y dejar me ser transformado en Cristo Jesús, profeta, sacerdote y rey-servidor.

Hace dos semanas, mi párroco, Padre German Navarro, me preguntó de mi experiencia de ser diácono. Le dijo que, en un sentido, nada más ha cambiado. No estoy haciendo mucho más que hacía antes: formando catequistas y líderes jóvenes, ayudándole al párroco en talleres y acompañándole en misas en las aldeas de la parroquia, visitando aldeas, llevando el Santísimo para Celebraciones de la Palabra con Comunión, preparando materiales. Si hay nuevas experiencias – bautizando, predicando, presidiendo en exequias y los entierros, asistiendo en el altar. Pero, mirando desde afuera, no habían muchos cambios.

Creo que este es un signo de confirmación de mi ordenación diaconal.

Revisando mi vida, veo unos hilos de mi vida que Dios ha tejado, una pauta emergiendo que me ha conducido a mi ordenación y mi ministerio de diácono permanente.

Crecía en una familia de clase trabajadora, cerca de Filadelfia. Mi padre no era católico, sino fui crecido como católico, estudiando en una escuela parroquial católica.  Era el tiempo del inicio dl las luchas de los afro-americanos para reivindicar sus derechos. 

Pensé que tenía una vocación para el sacerdote con los franciscanos observantes. Estudié en su seminario menor y en dos años de universidad. Pero salí porque no estaba listo para vivir como sacerdote.

Pero fueron años formativos, de 1961 a 1968.

Estudié en el seminario menor en los años del Concilio Vaticano Segundo.

En estos años, la liturgia fue muy importante en mi vida, junto con la justicia social. En los Estados Unidos había una vinculación fuerte entre la liturgia y la justicia social, comenzando en los treintas, con el trabajo de un monje benedictino, Virgil Michel.

También fueron los años fuertes de la lucha de los afroamericanos y las campañas no-violentas de Martin Luther King.

En estos años, leyendo sobre el nazismo y el holocausto, pensaba de cómo responder al mal social.

Entrando los años de universidad en el seminario, también me enteré de la guerra en Viet Nam.

Cuando salí del seminario, comencé a estudiar filosofía en una universidad jesuita. Después estudios pos-graduados en una universidad privada en la ciudad de Nueva York. Conseguí una maestría pero salí de Nueva York sin terminar mi doctorado y trabajé varios años.

Primero, enseñé en un pequeño colegio católico – religión, inglés y coro.

Después de dos años, trabajé tiempo completo en un hogar para niños y jóvenes con problemas sicológicos y sociales. También, enseñé clases de filosofía en una universidad católica.

Cuando no habían más oportunidades de dar clases, fui al estado de Vermont, trabajando con el Consejo Ecuménico, como promotor de la paz desde la perspectiva de la fe.

Después de seis meses de voluntariado con una organización ecuménico pacifista, volví a estudiar – esta vez en Boston College, una universidad jesuita.

En mi segundo año, después de cumplir mis clases y exámenes pre-doctorales, me sentí una inquietud. Me gustó enseñar y estaba listo escribir mi tesis, pero algo me faltó.

Vi un anuncio de trabajo en una parroquia en Ames, Iowa, donde es una universidad estatal. La parroquia buscaba alguien para la pastoral universitaria y la pastoral social.

Me contrataron y trabajé en la parroquia veinte cuatro años. Era para mí una manera de vivir, respondiendo a tres apasionamientos míos: la fe, la juventud y la lucha por la paz y la justicia.

Allá, los feligreses me introdujeron a la situación de América Central y comencé, en 1985, a visitar acá, especialmente El Salvador. También, los feligreses, especialmente los universitarios me enseñaron el servicio a los pobres.

En 1992, tuvo siete meses de sabático, en El Salvador, más que todo trabajando en la parroquia de Suchitoto. Allá, trabajaba en una zona lejana de la parroquia, viviendo con una familia.

Estaba contento – aunque de vez en cuando pensé de un trabajo diferente, siempre en la iglesia.

Pero, me pasó un evento crucial.

Después del Huracán Katrina que casi destruyó Nueva Orleans, un universitario, Natán, me molestó hasta que organizamos un grupo para ayudar. Fuimos, trabajando con una organización diocesana, vaciando y limpiando casas inundadas.

Un día fuimos a vaciar la casa de una mujer afro-americana que había criado sus hijos y nietos en la casas. Cuando vaciamos la casa, con ella mirando lodo, Dios me vació y sentí un hueco.
¿Me llama Dios a cambiar, a hacer algo diferente, algo mayor, algo más? Era la propósito que encontramos en San Ignacio Loyola – el magis.

Cuando platiqué con mi directora espiritual, me preguntó, “¿Por qué?” Sin pensar, respondí, “Para servir a los más necesitados”.

Dos meses antes le había dicho que estaba muy contento con mi trabajo y no quise cambiarlo. Entonces, yo quise cambiar, dejando la seguridad de mi trabajo.

¿Qué me ha pasado?
      Un encuentro personal con una persona sufriendo
      Una meditación sobre la finitud de la vida.
      Un desapego a mis bienes.
Dios me abrió, me excavó un hueco – para que Él pudo llenarlo con un servicio más comprometido con los pobres

Con una amiga, una religiosa franciscana norteamericana trabajando en la diócesis de Santa Rosa de Copán, arregló una cita con Monseñor Luis Alfonso Santos, que me abrió la oportunidad de trabajar en la diócesis.

Monseñor quiso que trabaja en la pastoral universitaria, pero quise más. Con la ayuda de algunas franciscanas españoles, comencé a visitar la granja penal en Santa Rosa y un kínder en un barrio pobre. También, visité Hogar San José, un hogar para niños malnutridos, una obra de las Misioneras de Caridad.

Un sacerdote me invitó a visitar su parroquia, la parroquia de Dulce Nombre de María, y comencé a ayudar allá, después de consultar con Monseñor Santos.

Después, en 2009, Monseñor Santos me pidió ayudar en Caritas. Trabajé como voluntario en Caritas y seguí trabajando con la parroquia de Dulce Nombre. Me gustó mucho la oportunidad de ayudar un proyecto diocesano de formación en la Doctrina Social de la Iglesia y desarrollar un libro para las comunidades de base.

Pero, al fin de 2014, después de consultar con Monseñor Andino, dejé Caritas para ayudar tiempo completo la parroquia.

Una noche en los días cuando Monseñor estaba confirmando en la parroquia, durante la cena, Monseñor me pidió considerar el diaconado permanente. Padre German había sugerido el diaconado permanente un poco antes pero le expliqué mis inquietudes – incluyendo la posibilidad que el diaconado podría crear una brecha entre mí y el pueblo que siervo. Pero, le prometí a monseñor considerar.

Comencé a estudiar, leyendo artículos, libros y documentos eclesiales en inglés y español. Platiqué con algunos amigos y amigas, acá y en los Estados Unidos. Consulté un sacerdote amigo que fue director del diaconado permanente en su arquidiócesis. Y recé.

Dos meses después, le dije a Monseñor que estaba dispuesto a iniciar el proceso.

¿Por qué?
     
Leí un artículo del Diácono William Ditewig[1]. Me dio a entender las raíces del diaconado permanente.

Los Nazis encarcelaron muchos sacerdotes católicos y pastores evangélicos. Más que 2,500 fueron encarcelados en el campo de concentración Dachau. Allí varios sacerdotes discutieron sobre el nazismo, “¿Por qué la iglesia no influyo la sociedad en una manera para prevenir lo que nos ha pasado?”

En su reflexión, notaron que tenemos imágenes de Cristo sacerdote y rey, pero no tenemos la imagen de Cristo Servidor. Y discutieron la posibilidad del diaconado permanente.

Después de la guerra, varios sacerdotes escribieron artículos sobre el tema. En 1947, el teólogo jesuita Karl Rahner comenzó a escribir sobre el diaconado como un estado permanente de vida.

En el mismo artículo, Diacono William Ditewig también hizo hincapié en la centralidad de servicio – como una vocación permanente.

Leí muchos documentos de la iglesia. Pero el párrafo 16 de  Ad Gentes, el  decreto sobre las misiones del Concilio Vaticano Segundo, me conmovió fuertemente:
―Restáurese el Orden del Diaconado como estado permanente de vida… donde lo crean oportuno las conferencias episcopales. Pues parece bien que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdaderamente diaconal,
- que predican la palabra divina como catequistas,
- o que dirigen en nombre del párroco o del Obispo comunidades cristianas distantes,
- o que practican la caridad en obras sociales y caritativas
sean fortalecidos y unidos más estrechamente al servicio del altar por la imposición de las manos, transmitida ya desde  los Apóstoles, para que cumplan más eficazmente su ministerio por la gracia sacramental del diaconado.[2]

Yo he tratado de vivir, sin la ordenación, la vocación del diácono. Tal vez, me pregunté, necesito la gracia sacramental del diaconado.

Leyendo muchos libros y documentos de la iglesia, encontré una espiritualidad diaconal que ha estado una parte de vida por décadas.
             
La espiritualidad del diácono
      Para mí, la espiritualidad del diácono tiene varios aspectos, incluyendo:
            El diácono debe vivir el kénosis de Jesús, haciéndose servidor.
            El diácono es animador del servicio
            El diácono es un signo sacramental, un ícono de Cristo Servidor.
El diácono debe hacer más visible el vínculo entre la fe y la vida, entre el altar y el mundo actual.
El diácono es mártir, testigo, de Cristo.

      1. Kénosis
Para mí, el diácono debe conformarse a Jesús en su kénosis, bajándose para ser servidor, esclavo de todos:
Tengan unos con otros las mismas disposiciones de Cristo Jesús.
El, siendo de condición divina,
no se apegó a su igualdad con Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición del esclavo,
y se hizo semejante a los seres humanos.
                                                                        Filipenses 2, 5-7 [3]

      2. Animador del servicio
El Papa Pablo VI dice que el diácono es animador del servicio.[4] No hace todo, sino anima a todos los fieles a vivir como Cristo Servidor.
            Diácono James Keating escribió:
El diácono no posee ningún poder único en virtud de la ordenación, sino posee una misión en ser enviado por el obispo; él evoca en otros el poder que es suyo por el bautismo.[5]

      3. El diácono es el ícono, signo sacramental del Cristo Servidor.
                  Conferencia Episcopal Latinoamericana, Documento de Puebla, 697:
 El diácono, colaborador del Obispo y del presbítero, recibe una gracia sacramental propia. El carisma del diácono, signo sacramental de «Cristo Siervo», tiene gran eficacia para la realización de una Iglesia servidora y pobre que ejerce su función misionera en orden a la liberación integral del hombre.

4. El diácono debe hacer más visible el vínculo entre la fe y la vida, entre el altar y el mundo actual.
El Papa San Juan Pablo II dijo en una audiencia general:
…a la hora de decidir el restablecimiento del diaconado permanente influyó notablemente la necesidad de una presencia mayor y más directa de ministros de la Iglesia en los diversos ambientes: familia, trabajo, escuela, etc., además de en las estructuras pastorales constituidas.[6]

Un sacerdote escribió algo[7] que he traducido en esta manera:
El diácono atiende el cuerpo de Cristo en el altar con manos limpias y llega al altar con manos ensuciadas atendiendo el cuerpo de Cristo en los pobres y enfermos.
Pero lo he interpretado un poco diferente.
 El diácono sirve en la mesa del altar con manos limpias, porque se le han ensuciado las manos sirviendo en la mesa del pobre.
           
      5. Martirio
El diácono es ministro ordinario de la comunión, más que todo el ministro del cáliz, la sangre de Cristo: Prepara el cáliz, levanta la cáliz, purifica el cáliz.

Tenemos que recordar no solamente la sangre de Cristo derramada por nosotros. También, pienso de los diáconos mártires: El primer mártir fue Esteban, uno de los siete elegidos para servir a los pobres en Hechos Y, el diácono más famoso de Roma – San Lorenzo.

Tengo una devoción fuerte a los santos, especialmente a los mártires – reconocidos o no por la iglesia. Para mí, un momento fuerte de la ordenación era la letanía de los santos. Me sentí envueltos en la nube de los testigos, especialmente  los mártires. Añadí a la letanía algunos nombres, como Santa Clara and San Buenaventura, por mis raíces franciscanas. Me alegró ver que ya han puesto el nombre del Beato Monseñor Romero. Sugerí otro beato, mártir, Beato Carlos de Foucauld, inspiración de los Hermanitos de Jesús, que murió hace 100 años en Argelia, el 1 de diciembre de 1916.

Los mártires me recuerdan que tengo que estar dispuesto a dar mi vida por el pueblo. No quiere ser martirizado, sino siento una inspiración del testimonio de los mártires de vivir.

                  Pero, en las palabras del Monseñor Romero:
Mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. El asistió a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle mi último respiro. Pero más valioso que el momento de morir , es entregarle toda la vida y vivir para Él.[8]

 Para concluir, vuelvo a la pregunta de Padre German, “¿cómo ha estado la experiencia de ser diácono?”.

¿Qué ha cambiado?

• Me siento que el sacramento me ha dado la fuerza, la gracia, de profundizar mi vida con Cristo, el Siervo.

En la oración de consagración, el obispo reza:
Así, también, en los comienzos de la Iglesia, los apóstoles de tu Hijo, movidos por el Espíritu Santo, eligieron siete hombres de buena fama, como auxiliares suyos en el servicio cotidiano, mediante la oración e imposición de manos, los dedicaron al servicio de los pobres…

•Me siento más sensible a los enfermos, los débiles, los ancianos, los necesitados. Visito a los enfermos un poco más frecuentemente. Espero visitar los niños del Hogar San José en Santa Rosa de Copán una vez por mes.

En el examen del elegido para diácono, el obispo le pregunta:
¿Quieres mantener y fomentar el espíritu de oración que corresponde a su manera de vida y, en este espíritu, según su estado, cumplir fielmente con la celebración de la liturgia  de las horas, en nombre de la Iglesia, más aún, en nombre de toda la comunidad?

•Me siento en solidaridad con el mundo cuando rezo la Liturgia de las Horas. La noche del día de mi ordenación, rezando los salmos de Vísperas, tenía el sentido que yo rezaba con y en el nombre de la iglesia y de la comunidad.[9] Aunque no sentí en mi persona la angustia del salmo, me sentí que rezaba en el nombre de los angustiados.

Rezo más la oración de Jesús.

•Me siento, ayudado y fortalecido frente a las tentaciones

Más que todo, siento una profundización del llamado del bautismo, un llamado a conformarme más a Cristo servidor.

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“Para este tipo de reflexión necesitamos algo de tranquilidad. Ignacio recomienda imaginarnos que estamos en la presencia benévola de Dios y, también, sugiere que visualicemos a Cristo en la cruz y que nos preguntemos: ¿Qué he hecho por él? ¿Qué estoy haciendo por él? ¿Qué debo hacer por él? [53]. De la misma manera, Ignacio Ellacuría (jesuita asesinado por los militares siendo rector de la Universidad Centroamericana en El Salvador)n solía proponer que nos colocáramos delante de las victimas crucificadas de hoy preguntáramos: ¿He ayudado yo a crucificarlos? ¿Qué estoy haciendo para bajarlos de sus cruces? ¿Qué debo hacer para que resuciten de nuevo?”
Dean Brackley, SJ[10]







[1] A call of their own: The role of deacons in the church, US Catholic, June 2014.      http://www.uscatholic.org/articles/201406/call-their-own-role-deacons-church-28973
[2] Concilio Vaticano Segundo, Decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, ¶ 16.
[3] τοῦτο φρονεῖτε ἐν ὑμῖν ὃ καὶ ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ,
   ὃς ἐν μορφῇ θεοῦ ὑπάρχων οὐχ ἁρπαγμὸν ἡγήσατο τὸ εἶναι ἴσα θεῷ,
   ἀλλὰ ἑαυτὸν ἐκένωσεν μορφὴν δούλου λαβών,
     ἐν ὁμοιώματι ἀνθρώπων γενόμενος…
[4] …inspirador del servicio, o sea, de la diaconía de la Iglesia ante las comunidades cristianas locales, signo o sacramento del mismo Jesucristo nuestro Señor, quien no vino a ser servido sino a servir.
El Papa Pablo VI, Carta Apostólica Ad Pascendum

[5] James Keating, “Themes for a Canonical Retreat: The Spiritual Apex of Diaconal Formation,” Forming Deacons: Ministers of Soul and leaven
[6] Papa Juan Pablo II, Audiencia General, Deacons Serve the Kingdom of God [Los diáconos sirven el Reino de Dios] (6 de octubre de 1993), núm. 6.
[7] “The deacon stands at the altar and prepares the gifts with clean hands, but he stands also where the practical need is greatest, getting his hands very dirty.”  
Rev. Paul McPartlan, “The Deacon and Gaudium et Spes,The Deacon Reader (p. 67)

[8] Monseñor Romero, Cuaderno de Ejercicios Espirituales,  25 febrero 1980.
[9] El rito en inglés dice que el diácono reza la Liturgia de las Horas por la Iglesia; pero en español dice que reza “en nombre de la Iglesia, más aún, en nombre de toda la comunidad”.
[10] Espiritualidad para la solidaridad: nuevas perspectivas ignacianas (UCA Editors, 2010), p. 57